Fue tanta su insurgencia que ha acabado rebelándose contra la vida misma. José Menese Scott, uno de los grandes maestros de la última generación de oro del cante y referente del flamenco de la Transición, ha fallecido esta madrugada en su casa de la Puebla de Cazalla, su pueblo, de manera repentina. Tenía 74 años y toda la historia del cante a sus espaldas. Hijo de un zapatero morisco, Menese empezó a cantar mientras remendaba suelas siguiendo la escuela de Antonio Mairena, de la que fue alumno aventajado en su juventud. Pero pronto encontró un camino propio de la mano de su paisano Francisco Moreno Galván, poeta y pintor que protagonizó un cisma en el flamenco de los setenta con la aportación de letras nuevas para cantes de toda la vida.
Menese fue inmediatamente identificado como uno de los cantaores cuya queja iba dirigida al régimen franquista. Empezó a poner de pie al público con letras por soleá como «Señor que vas a caballo / y no das los buenos días, / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría» o seguiriyas como «Qué doló de pueblo / lo que ha soportao, / golpes y golpes y más golpecitos / en el mismo lao». El de la Puebla fundó una de las grandes paradojas del flamenco del siglo XX: era un progresista en el terreno ideológico que, sin embargo, mantenía posturas artísticas absolutamente conservadoras. Para Menese los cantes eran intocables. Sólo podía variarse, a su juicio, la literatura, pero nunca las melodías. Y utilizando los estilos más añejos practicó una profunda renovación de la lírica jondaque le permitió convertirse en uno de los cabales más subversivos de todos los tiempos. Por eso sobrevivió a los años de la protesta y dejó de ser conocido sólo por su mensaje. Su voz, que era un trueno sin rayo, le permitió ascender hasta la cima del género y contar con el respeto de todas las figuras de su época.
Como consecuencia de su vocación mairenista fue especialmente largo en los cantes por soleá, seguiriyas y tonás. Pero también rescató y modernizó estilos como las livianas, las marianas, las bamberas o las serranas. Grabó más de 30 discos, aunque su primer gran éxito fue un directo en el Teatro Olimpia de París. Otra de sus obras fundamentales es «Cantes flamencos básicos», de 1967, un disco en el que hizo una reivindicación sin complejos de los que él consideraba cantes grandes. Su legado incluye homenajes a autores que van desde Miguel Hernández a Quevedo. De hecho, su último disco elige un verso premonitorio: «A mis soledades voy, de mis soledades vengo». Viniendo de la soledad fue hallado anoche sin vida en la piscina de su casa, pasada la una de la madrugada. La hora en que el flamenco se poner color malva para llorar la muerte de otro de sus monumentos.
Alberto García Reyes / Sevilla