Israel Fernández

 

El cantaor Israel Fernández (Toledo, 1989) no parece de esta tierra, aunque habite en ella. El vocalista, multiinstrumentalista y compositor camerunés Richard Bona dijo de él que era una de las mejores voces que había escuchado en los últimos tiempos. También Miguel Poveda, Arcángel, Sara Baras…, del ramo, se han deshecho en elogios para colocar este naipe en la baraja del cante. Pero no se trata ya de lo que opine cada cual. Solo de escuchar qué es lo que hace.

Israel Fernández atravesó la infancia empapado por los ecos del flamenco. Para iniciarse en el oficio se puso a perseguir sonidos con cuya estela comenzó una búsqueda personal que ha culminado con el hallazgo de un estilo que se prolonga hasta la estirpe de figurones que los aficionados veteranos aún recuerdan.

En su último trabajo, Universo Pastora -que presenta este sábado en el George Best, dentro del ciclo Valencia Distrito Sonoro- queda templada la vocación de quien, desde bien pequeño, estaba llamado a tomar por asalto el escalafón. Defiende que cualquier cantaor está obligado por un código basado, por encima y por debajo de todo, en la dignidad.

«No soporto las pretensiones. No me atrae personalmente y no le hace bien a mi música. Cantar sin corazón, me estorba. Para cantar, hay que hacerlo con sensatez y con verdad. Sin guardarse nada en el escenario…».

El manchego asegura que su única determinación es no ser uno más, un hombre corriente, sino un cantaor. Se le ve, y lo defiende, que ha nacido capturado por un destino manifiesto. «Ni lo he pensado, ni me he puesto metas… Es algo que viene conmigo. A otra gente le ha llegado la vocación tarde. Con siete u ocho años yo tenía claro que me quería dedicar a esto. No es que quisiera ser cantaor, es que lo soy. A mi madre, cuando nací, la comadrona le dijo: Ha tenido usted un varón… cantaor. Mi madre cantaba y eso te llega, de alguna manera lo digiere el cuerpo».
Universo Pastora es el trabajo de una maquinaria bien calibrada que actúa de forma calculada y precisa. Un homenaje a Pastora Pavón, la Niña de los Peines, que llevaba, junta a la solapa del abrigo, tres cualidades que en la época eran tres fatalidades:era joven, era mujer y era gitana. Sin embargo, se ungió a sí misma en dama del cante, ancestral, eterna e inimitable. En algunos de sus recitales, había ocasiones en que la Policía tenía que intervenir cuando el personal pretendía entrar a verla a zarpazos, si era necesario.

Festival Fosforito